Cada poema de Gelman es un tejido orgánico donde el último verso ilumina al primero, y el primero le confiere su densidad al último. En él se multiplican las señales, las frases inconclusas, los silencios a modo de síntesis, y una larga conversación consigo mismo, donde el hipócrita lector es su hermano, pero no su cómplice.
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