
Día de Muertos
Para comprender el origen de esta emblemática celebración, tengamos en mente que en México existe un fuerte sincretismo cultural, y que muchas de nuestras costumbres y tradiciones tienen raíces antiguas —tanto de este continente como de otros— que llegaron en navíos. Los pueblos indígenas creían en un mundo espiritual más allá de lo que ven los ojos, pero que estaba fuertemente conectado al mundo terrenal y que aquellos que habían trascendido podían visitar y comunicarse con sus seres amados.
Consideraban que la muerte, más allá de ser un evento doloroso era un ciclo natural del alma y parte de la vida.
Mundo espiritual indígena
Los antiguos mexicas creían que la muerte era parte de una unidad, la muerte no era considerada el fin, sino parte del camino hacia algo mejor, esperaban en el Mictlán un paraíso denominado Tlalocan.
Los pueblos originarios de México celebraban la Fiesta de los Muertos, que estaba vinculada al calendario agrícola prehispánico, y se llevaba a cabo al inicio de la cosecha, dicho banquete se compartía con los muertos.
En el calendario mexica, se celebraban Miccailhuitontli y Huey Miccailhuitl, esto ocurría, durante la época de maduración del maíz. La diosa Mictecacíhuatl (“Señora de los Muertos”) y su esposo Mictlantecuhtli eran los principales dioses asociados con estas festividades.
Era un tiempo de cosecha temprana, de agradecimiento a la tierra y a las deidades por los frutos. Durante estas fiestas de recolección y muerte ritual de las plantas, también se honraba a los difuntos, y se les hacían ofrendas de alimentos, flores y figuras de papel.
En muchas culturas mesoamericanas, la cosecha y la muerte estaban simbólicamente unidas, porque el maíz debía “morir” (ser cortado) para dar vida a los hombres. Así que dichas fiestas no eran puramente funerarias ni puramente agrícolas: combinaban ambas dimensiones.
Fusión de tradiciones
Cuando los españoles llegaron a Mesoamérica, deseaban establecer un dominio militar, político y espiritual. La Corona española y la iglesia católica tenían el objetivo de evangelizar a los pueblos indígenas y eliminar las antiguas prácticas religiosas porque las consideraban paganas o idolátricas. Pronto descubrieron que esa tarea era más complicada de lo que pensaban y que era imposible erradicarlas por completo.

Los pueblos mesoamericanos poseían una rica cosmovisión y su calendario ritual estaba profundamente arraigado en la vida cotidiana. Así que, ¿cómo podrían los colonizadores suprimir lo que los indígenas consideraban parte esencial de su identidad y organización social?
La resistencia cultural de los pueblos originarios hizo que los evangelizadores cambiaran la estrategia, y en lugar de destruir las festividades indígenas las harían coincidir con las festividades católicas. Así podían reinterpretarlas dentro del marco del cristianismo sin romper del todo con las tradiciones locales, facilitando la conversión.
Las fiestas prehispánicas originales de celebración a los muertos ocurrían aproximadamente entre finales de julio y agosto y los misioneros las vincularon a las festividades católicas de Todos los Santos y los Fieles Difuntos. Así, lo que era un ritual mesoamericano de comunión con los antepasados se reinterpretó bajo una óptica cristiana, pero manteniendo los símbolos y prácticas originales, dando forma a lo que celebramos hoy, como el Día de Muertos, una de las celebraciones más emblemáticas de México.

Estas palabras, escritas por el sabio Netzahualcóyotl mucho antes de la llegada de los españoles, resuenan todavía en cada altar, en cada flor de cempasúchil y en cada vela encendida durante el Día de Muertos: recordándonos que la muerte no es el fin, sino parte de un ciclo y una forma más de permanecer:
“Yo, Nezahualcóyotl, lo pregunto:
¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra?
No para siempre en la tierra:
sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
aunque sea de oro se rompe,
aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
sólo un poco aquí.
Percibo lo secreto, lo oculto:
¡Oh vosotros señores!
Así somos,
somos mortales,
todos habremos de irnos,
todos habremos de morir en la tierra…
Como una pintura,
nos iremos borrando.
Como una flor,
nos iremos secando
aquí sobre la tierra.
Meditadlo, señores águilas y tigres,
aunque fuerais de jade,
aunque fuerais de oro,
al lugar de los descarnados
tendremos que desaparecer,
nadie habrá de quedar.”
Complejo Cultural Universitario Eventos culturales y artísticos en Puebla